La epidemia sanitaria provocada por el COVID-19 ha hecho que el mundo entero se haya volcado en dar respuestas a todas las preguntas sobre la aparición de la enfermedad. Es evidente que es de origen zoonótico y las pistas desde el principio apuntaron hacia los murciélagos y hacia los pangolines. Un estudio realizado por dos investigadores escoceses reveló que el 73 % de las enfermedades infecciosas son de esa índole.
El SARS, el MERS y el Ébola también comenzaron por el contacto con animales salvajes. Por ello, WWF reporta la necesidad de mantener unos ecosistemas saludables para evitar enfermedades zoonóticas en en un futuro. La destrucción de los mismos supone la ruptura de las cadenas naturales que existen entre las especies y se genera una situación de mayor peligro de contagio de animales a personas.
Mismamente la destrucción de bosques mediante talas masivas incrementa en gran medida la posibilidad de tener contacto con animales salvajes que pierden su hábitat natural. Estas talas no solo se llevan a cabo para obtener madera, pues factores como el crecimiento de la población y la necesidad de un mayor espacio para la construcción de viviendas o carreteras influyen significativamente.
La destrucción de los ecosistemas favorece la propagación de enfermedades zoonóticas
Greenpeace señala directamente la ganadería intensiva como uno de los principales factores que incrementan el riesgo de contraer una enfermedad zoonótica. El porcentaje de deforestación que implica a nivel mundial se sitúa entre el 75% y el 80%. A su vez el 31% de las enfermedades infecciosas se originaron debido a la destrucción de las selvas tropicales.
Si se cerca más al tema en la ganadería industrial, se abre la puerta a una realidad que no se puede ocultar, y es que las enfermedades provenientes de animales no solo provienen de fauna salvaje. Los animales criados para el consumo también pueden ser un foco de enfermedades infecciosas, prueba de ello son las gripes porcina y aviar.
Por qué el modelo de ganadería actual es insostenible
Para tener una referencia, en España la producción de alimentos de origen animal de manera industrial se distribuye de la siguiente forma:
- 93,7% la carne de cerdo
- 94,2% la carne de ave de corral
- 80,6% de los lácteos
El modelo productivo intensivo en el ámbito de la ganadería hace que la carne sea de peor calidad y por ende no tenga las propiedades nutricionales que debería tener. Aunque sea un ejemplo muy chocante el crecimiento que deberían realizar los pollos durante varios meses se completa en semanas.
En la Cumbre del Clima celebrada en Madrid la Plataforma Stop Ganadería Industrial denunciaba las consecuencias negativas de la producción tan masiva de carne. Una concentración tan alta de animales en un medio rural agota los acuíferos y provoca el deterioro de la calidad del suelo por sobreexplotación. El caso de la portavoz de la plataforma es paradigmático, pues proviene de una comarca aragonesa donde cada habitante toca a 15 cerdos por la concentración de la producción.
Tampoco se puede obviar las emisiones de sustancias nocivas al medio ambiente. Al aire se expulsan cantidades ingentes de amoniaco y metano y al agua nitrógeno.
Todo ello debería llevarnos a replantear nuestros hábitos de consumo pues no solo tienen repercusiones a nivel individual, como podría ser un peor estado de salud provocado por una dieta en la que se consume excesiva carne. El planeta también lo sufre porque no es capaz de disolver los efectos colaterales de la producción. Así pues, o iniciamos un camino hacia el cambio o puede que en algún momento ya no haya nada que se pueda hacer.