La revolución ecológica, que tiene como objetivo frenar el cambio climático, se centra en frenar la producción y el consumo de plástico, sobre todo el de un solo uso. Desde hace décadas utilizamos el plástico para todo, de hecho, el 50% de todos los plásticos producidos hasta ahora se han fabricado a partir del año 2000 y se prevé que esta producción alcance los 500 millones de toneladas en el 2020.
Lo cierto es que, lo que hoy se ha convertido en un grave problema, empezó siendo una solución. La aparición del plástico supuso una barrera de protección para los alimentos frente a los agentes patógenos como bacterias y virus. Además, los productos empezaron a tener una vida más larga por lo que empezamos a dejar de ir a la compra todos los días, facilitó su transporte y distribución, y consiguió abaratar el embalaje de los productos.
El abuso de los envases de plástico ha llegado a un extremo que el planeta no puede seguir soportando. Actualmente podemos ver en cualquier supermercado pequeñas porciones de alimentos envasados individualmente e introducidas en otro envase de mayor tamaño. Este sobre-envasado ha llegado hasta las piezas de fruta, que son separadas de su envoltorio natural (la cáscara) para luego ser empaquetadas en plástico y así “facilitar su consumo”. Estos envases constituyen un verdadero problema porque son de un solo uso, no pueden reutilizarse. Además, la mayoría de ellos son envases flexibles, fabricados a partir de varias capas de diferentes materiales plásticos que no se pueden separar ni reciclar, por lo que acaban en vertederos, incineradoras o contaminando los océanos.
Entonces, ¿qué utilizaban nuestros abuelos en lugar de plástico?
Aunque el plástico ya existía a mediados del siglo pasado, su uso estaba limitado a ciertos productos y la cultura del consumismo en la que hoy estamos inmersos tampoco existía.
Los envases que podíamos encontrar en la cesta de la compra en los años 50 eran botellas y envases de vidrio, que se devolvían después de su uso a cambio de algo de dinero, bolsas de tela y papel para envolver los productos. También eran populares las latas, sobre todo si el alimento no era de temporada.
No existían la mayoría de los productos de cosmética que hoy consideramos “indispensables” y, los que existían, se envasaban en latas recargables.
Los productos de limpieza del hogar estaban hechos, principalmente, con productos naturales, libres de químicos y pesticidas. Así, utilizaban vinagre para limpiar y desinfectar superficies, bicarbonato como desengrasante y fabricaban jabón con agua, aceite, sosa cáustica y alguna planta aromática.
¿Podemos volver a vivir sin plásticos?
El verdadero reto al que nos enfrentamos no es pasar a vivir sin plástico de un día para otro, sino empezar a cambiar nuestra forma de consumir, especialmente eliminando los plásticos de un solo uso.
Es realmente difícil eliminar por completo los plásticos de los alimentos porque, los productos frescos como carnes y pescados, reducirían su durabilidad y empezaríamos a tirar más comida a la basura. Además, tendríamos que ir a la compra mucho más a menudo, un cambio de estilo de vida que, en la sociedad frenética en la que vivimos, sería inviable.
Podemos ser más respetuosos con el medioambiente si cambiamos los envases plásticos por vidrio, las bolsas por telas y empezamos a comprar a granel productos como cereales, legumbres y verduras en nuestro mercado local.